lunes, 28 de julio de 2014

UNO

ERA EL DESIERTO UN ESPEJISMO A LA DERIVA DEL MAR




  Cuando contábamos los viejos cuentos, 
usábamos la palabra Pa (persona) 
 junto con el nombre de un animal,
 porque hace mucho tiempo,
al principio,
los animales todavía eran personas. 

Benito Peralta, indígena Paipai


No comprendemos por qué hay escritores que desaprovechan la interpretación de su mundo. Sabemos que cada humano es un sujeto-subjetivo y que a cada paso que da es, pero, ¿en serio es tan solo eso que parece la repetición de lo repetido?: la reproducción de lo que los demás quieren leer. 

¿En serio vale la pena no comprometerse con nadie ni con nada ni consigo mismos? Autocensura. Autocastración. Digamos que es la reproducción del vacío en escala escritural, sin más opción que aceptar el mundo como les dicen que es: único, sin interferencia, monótono, sin resquiebres.

Ante este desierto hay escritores que son oasis. Pero no son tantos como se requieren.

Un problema del mundo es que todos percibimos la realidad como única, original y dinámica, características de la inteligencia, según Sir Ken Robinson. Esto no sería problema, claro, sino fuera porque eso que creemos nuestra realidad no es sino la imposición de la realidad de otros. Entonces la originalidad y el dinamismo quedan reducidos a una maquinaria ciega que sirve para corroborar lo que nos impusieron desde que nacimos. Aquí es donde resulta urgente quebrarnos para rompernos como máquinas de autocomplacencia. Ese resquebrajamiento medular es lo que Walter Benjamin define como shock: la vía de reconstrucción de la experiencia; Thomas Kuhn habla sobre el rompimiento paradigmático; Ortega y Gasset hace referencia sobre la duda como fenómeno de choque entre creencias y tradición.

Ante esta tolvanera de mundo, la velocidad de nuestras venas podría ser letal como un afilado pestañeo: cualquier día podríamos clavarnos una estaca en el corazón y ver con asombro nuestra sangre, pero la comodidad (esa máscara de la cobardía) nos limita y sólo sentimos un líquido rojo artificial bombeando en nuestro pecho de hojalata.

Problematizar nuestros conceptos y la forma de percibir nuestro mundo puede ser farragoso, pero urgente para atisbarnos al otro lado del acantilado de las certeza de este mundo de piso de arenas movedizas; para ser algo más que una mente-salchicha de pensamientos-embutido y un alma de muñeco de felpa rellena de fibra-poliéster con la que dan forma a nuestros sueños de trapo.

Acaso creerán que ya remarcamos que el mundo es una imposición, que es un mundo-mentira. Pero aún nos falta énfasis, al menos en esta primera entrega, porque dudar del mundo descartecianamente para atrevernos a reconstruirlo es la premisa de la literatura especulativa. Así que continuamos: por muy conveniente que resulte ser engrane de la aceitada maquinaria de la realidad que nos venden masiva y omnipresente como reloj hecho en china; por mucho que insistan (en la escuela, en el trabajo y en los medios masivos y por todos lados) que es muy conveniente vivir en el tiempo de los poderosos relojeros de la verdad (llámanse políticos, empresarios, tu jefe, tu maestro o aún tus papás), ¿vale la pena renunciar a ser? ¿Qué acaso los aspirantes a artistas (en este caso de las letras) no deberíamos de defender con todas las espadas el acto creativo como lo que es: oficio de erotizar las piedras y engendrar mundos. Engendrarnos de preguntas que pongan en entre dicho las certezas burdas y malolientes que nos venden a pagos de por vida. ¿Especular que el mundo es también nuestro como nuestras son las palabras que escribimos y el aire con que las pronunciamos?

Especular tiene por origen dos latinismos: speculum, que significa “espejo” y/o speculari, verbo que alude a “mirar desde arriba, desde una atalaya, observar y espiar”. En la literatura, nosotros entendemos “especular” no como alguno de esos dos orígenes y términos en particular, sino como la fusión de ellos: especular es mirarnos en un espejo y al espiarnos atisbamos el mundo desde el horizonte más amplio e íntimo. Especular es un ejercicio de tinieblas para desde esa oscuridad reconstruir sombras luminosas. Esa reconstrucción es el acto de ver con la imaginación. Lo que importa del acto especulativo no es la respuesta, sino la pregunta nacida de la razón y de la imaginación que copulan para engendrar intuiciones. La especulación es un acto filosófico por medio de la sensibilidad del ensueño. La literatura especulativa es imaginativa por naturaleza y así entrelaza conceptos y gozo literario de manera no necesariamente lineal. Es interpretarnos para descifrar la realidad que nos habita y que habitamos.

[Continuará]

http://clarimonda.mx/era-el-desierto-un-espejismo-a-la-deriva-del-mar-sobre-literatura-especulativa-i/

No hay comentarios:

Publicar un comentario